lunes, 19 de octubre de 2009

LA CRISIS CAPITALISTA: UN FUTURO DE GUERRA CONTRA LOS TRABAJADORES Y LOS PUEBLOS

Berlusconi, anfitrión de la última reunión del G8, estaba empeñado en dar al mundo la buena nueva de que la crisis ya había quedado definitivamente atrás, pero el norteamericano Robert Zoelick, presidente del Banco Mundial, le escribió una carta disuasiva donde decía: “2009 va a ser un año peligroso. A pesar de los recientes avances, podríamos retroceder fácilmente y la senda de la recuperación en 2010 dista mucho de estar garantizada”.

La prudencia imperialista no es, ciertamente, un capricho. No en vano, a lo largo de estos meses a punto hemos estado de precipitarnos en el abismo, como reconocen los máximos responsablesde las finanzas capitalistas. Los organismos financieros imperialistas que anuncian que se ha evitado lo peor, auguran un largo período de estancamiento y desempleo.

La “Gran Recesión”
Efectivamente, los países imperialistas han logrado impedir el hundimiento del sistema financiero (lo que era su principal determinación) y han conseguido frenar la velocidad de la caída de la economía, a costa de un inmenso endeudamiento de los Estados y favoreciendo un potente proceso de centralización de capitales.

Ya el Gobierno Bush, con el respaldo de Obama, entregóa los bancos norteamericanos 700.000 millones dólares, que se han visto después multiplicados por la Administración Obama, superando de largo el valor del PIB español. Siguiendo el mismo camino, en enero del 2009,la Unión Europea y los gobiernos habían puesto a disposición de los Bancos dos billones de euros.

Crédito y ayuda estatal se han convertido en un instrumento de primer orden para el salvamento y la centralización de los capitales. Los bancos y las industrias, lariqueza en suma, se concentra así cada vez en menos manos. Valga como ejemplo que el patrimonio de las tres mayores fortunas del planeta equivale al PIB de los 48 estados más pobres del mundo, o que las 200 familias más ricas del mundo posean un patrimonio semejanteal del 41%de la población de la tierra.

Han rescatado bancos en quiebra; han dado ayudas financieras y fiscales a los empresarios, en particular a los más grandes; han impulsado obras públicas; han salvado General Motors con dinero del Estado; han logrado evitar la suspensión de pagos de países como Irlanda o los países del Este europeo. Han impedido, en suma, hasta la fecha, que la mayor crisis económica desde 1929 se despeñara en una Gran Depresión como la de entonces.

No hay que olvidar, sin embargo, que la crisis ha afectado de manera bien diferente a la mayoría de países semicolonizados, incluidos los del Este europeo, esquilmados y sin margen de maniobra, donde las penalidades y sufrimientos de los trabajadores han alcanzadoniveles mucho más intensos que en los países imperialistas.

Endeudarse y darle a la maquina del dinero no era sin embargo garantía suficiente. Los principales países imperialistas necesitaban también mantener la calma social, al menos hasta recomponer las filas capitalistas, lo que han logrado mediante una serie de concesiones temporales a los trabajadores y la inestimable ayuda de los aparatos sindicales y la izquierda institucional.

La Gran Depresión de 1929 y la crisis actual
Entre 1929 y 1932 se hundió el sistema bancario de los EEUU, la producción disminuyó a la mitad, el comercio exterior se redujo a un tercio, los salarios bajaron un 40%, el desempleo pasó de 2 a 15 millones y 30 millones de trabajadores pobres fueron obligados a subsistir de la caridad pública y privada. A la crisis actual le ha faltado todavía un buen trecho para alcanzar este desmoronamiento.

Tampoco los gobiernos imperialistas se han visto obligados a ir tan lejos como Roosevelt, cuando asumió la presidencia norteamericana en el momento más hondo de la crisis y puso en marcha la famosa política del New Deal (Nuevo Trato), la mayor intervención masiva del Estado (exceptuando el intervencionismo nazi) para salvar al capitalismo imperialista, incapaz –entonces y hoy- de salir por sí mismo del abismo de una gran crisis. Roosevelt, apoyándose en las grandes corporaciones, estableció una regulación estatal de la producción;impulsó planes de obras públicas de una envergadura bastante superior a los actuales, con grandes proyectos como el del Valle del Tenessee; destruyó gran cantidad de cultivos para hacer subir los precios agrícolas; impuso una regulación estricta al sector bancario; hizo concesiones y, sobre todo, promesas a los trabajadores y se envolvió en un discurso en el que no tenía reparos en rechazar el “laissez faire” liberalni en cargar demagógicamente contra las “60 familias” que dominaban la economía norteamericana.

Roosevelt logró avances importantes en la restauración de las ganancias capitalistas y una estabilización temporal de la producción (siempre por debajo de los niveles de 1929), pero no consiguió una recuperación capitalista en el verdadero sentido de la palabra. En su segunda presidencia (1936), tras cuatro años y medio de recuperación, ante la magnitud de la deuda contraída, Roosevelt recortó notablemente el gasto público. Esperaba que el capital privado tomaría el relevo, pero lo que llegó fue la brutal recaída económica de 1937, más abrupta que la anterior. En realidad, entre 1930-39 la mediade desempleo fue superior al 18%. Sólo en la primera parte de 1937 bajó al 15%, para luego subir al 19% en 1938.

La economía norteamericana (así como el conjunto de la economía mundial) se hallaba en medio de una larga o­nda depresiva que se había iniciado en 1914. Únicamente la economía de preparación de la guerra y la entrada posterior de EEUU en la II Guerra Mundial, dedicando la mitad de la producción al gasto bélico y enviando a 12 millones de trabajadores al combate, sacaron al capitalismo de la crisis. Sólo la brutal devastación de la guerra, la mayor destrucción nunca conocida hasta el momento de fuerzas productivas (empezando por los millones de trabajadores muertos), transmitió al capitalismo vitalidad para un nuevo período de auge.

Ante la crisis actual los gobiernos imperialistas, a diferencia del presidente Hoover en 1929, han intervenido rápidamente y no han dudado en superar todo límite de endeudamiento público para salvar al capital financiero. Han evitado la guerra comercial entre las potencias, han actuado “coordinados” bajo la batuta de EEUU y han conseguido la complicidad de las burocracias sindicales.

Pero las bases económicas de la crisis presente son, si cabe, más explosivas que las de 1929. El enorme parasitismo financiero de entonces queda pequeño comparado con el actual. Por ejemplo, en 2007, de todas las operaciones de divisas, sólo el 3% correspondía a transacciones comerciales y el resto eran movimientos especulativos. De la misma manera, se calcula que la suma de “derivados financieros” de títulos de deudaalcanzaba 10 veces el PIB mundial. La superproducción, ahora globalizada y mucho más interdependiente, es más enorme y mundial, si cabe, que entonces.

A diferencia de 1929, ahora se añaden también problemas de la envergadura de la crisis ecológica. El capitalismo espoleado por la sed de ganancia y el “crecimiento”, no sólo no encuentra freno a la explotación de los trabajadores y al expolio de los pueblos, sino que se muestra como una inmensa maquinaria depredadora de la naturaleza. Las agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, el agotamiento de los recursos naturales, de los energéticos en primer lugar, la contaminación...se han convertido una seña de identidad básica de la decadencia capitalista.

Asimismo, en contraste con 1929, hoy, tras la restauración capitalista en los estados obreros burocratizados y la posterior campaña de la “muerte del socialismo”, no hay, entre los trabajadores expectativas de cambio de régimen social. Hoy, no existe la Unión Soviética, aunque, en contraste, la desaparición del aparato estalinista suponga el fin del instrumento de control más poderoso y brutal que nunca existió sobre el movimiento obrero.