viernes, 4 de diciembre de 2009

LA DEGRADACIÓN DE LAS INSTITUCIONES

En España las instituciones no funcionan. O si lo prefieren ustedes; ya no funcionan como debieran.
Ya sé que los apóstoles del pensamiento oficial, los integrantes del “establishment”, y los que dulce y plácidamente se amamantan colgados de los presupuestos públicos, creen mayoritariamente, y sentencian unánimemente, que este tipo de afirmaciones son una irresponsabilidad, me refiero a los partidos políticos.
Los partidos son la primera institución que ha comenzado a funcionar mal, por traicionar el mandato constitucional de conducirse internamente de manera democrática. Y es que la Constitución de 1978 consagra una democracia basada ante todo en los partidos, pero los partidos no son internamente demasiado democráticos. Así las cosas; la crisis de la representatividad política está servida.
Uno de los problemas de España es que pocos dicen en público lo que afirman en privado. ¿Por responsabilidad?, ¿por conveniencia?, ¿por miedo? No lo sé a ciencia cierta. El otro día tuve la oportunidad de escuchar en un ámbito privado y reducido, a una voz muy autorizada, lamentos sobre el estado actual de la Constitución de 1978: “Hemos fracasado”, “la Constitución es ya un cadáver insepulto, que pronto va a despedir un hedor insoportable”, “ y lo peor es que no se va a poder sepultar, porque no va a haber una nueva Constitución”.
Casi nada. Comparto el análisis aunque no la desesperanza, quizá por razones generacionales. Yo tengo esperanza , en la capacidad de unas minorías y generosas, de liderar a la sociedad española para un cambio de rumbo, o al menos para retomar un rumbo seguro y cierto.
Lo que algunas personas significadas manifiestan en privado, yo quiero decirlo en público, abiertamente, sin miedo ninguno. Con sinceridad y responsabilidad. Porque lo responsable es decir en público que el Rey va desnudo y lo irresponsable es callarlo. Y porque es radicalmente cierto que la crisis de las instituciones españolas es global. Que las instituciones no funcionan como tendrían que hacerlo.
Empecemos por lo incontestable. El Tribunal Constitucional no funciona. Y si esto fuera falso, hace tiempo que habría resuelto la mayor crisis territorial acaecida en la España constitucional. La provocada por el Estatuto de Cataluña.
El Tribunal Constitucional, no funciona, entre otras razones, porque el Gobierno de la Nación y la mayoría parlamentaria en las propias Cortes Generales no se han atenido a la Constitución, y porque son ellos, al fin y al cabo, quienes determinan en su mayor parte la composición del propio Tribunal Constitucional.
El Gobierno, en la práctica, también manda sobre el Parlamento nacional, que lamentablemente se ha convertido en una de las instituciones más débiles de nuestra democracia, habida cuenta de que el Gobierno decide por el grupo parlamentario que lo apoya y el líder de la oposición lo hace por el bloque de sus diputados, y ambos se limitan a negociar en la trastienda del Congreso con sus ocasionales aliados de las minorías nacionalistas, a expensas muchas veces del interés general de España.
No me detendré en los Parlamentos autonómicos, con ínfulas nacionales, y aun más degenerados, cuyas actuales atribuciones complican extraordinariamente la regeneración del gobierno de la cosa pública.
Y es —¡cómo no!— el Gobierno de turno, en combinación con los Portavoces parlamentarios, a partir de unas negociaciones a menudo perfectamente opacas, el que maneja, a través de un sistema de cuotas, el poder judicial, convirtiendo a éste –-además de al legislativo— en correa de trasmisión del poder ejecutivo.
Por eso y por otras razones las instituciones judiciales son vistas con desconfianza por los ciudadanos. Su lentitud, sus fallos, sus arbitrariedades, convierten a la justicia española -–en la que hay grandes profesionales, dicho sea sin ninguna cortapisa— en una justicia mastodóntica y, permítanme el uso de un término de mi invención, “tombólica".
¿Cómo pueden funcionar las cosas en España si quien pretende manejarlo todo no sabe hacerlo? Si tenemos un ejecutivo que no resuelve los problemas, Sin duda, la actuación del actual Gobierno es el mayor ejemplo de improvisación caótica de la democracia española, ceremonia improvisadora a la que se han sumado todos sin recato cuando coyunturalmente les ha convenido.
¿Qué decir del manejo partidista de las Cajas de Ahorros en plena crisis?, ¿y del resto de instituciones económicas, decidiendo a salto de mata y viviendo de la deuda, y por lo tanto del dinero que aun no han producido nuestros hijos y nietos?, ¿y de la crisis de legitimidad, de liderazgo, y de la ausencia de democracia interna real en los partidos políticos?, ¿y de unos sindicatos adictos al poder, y parásitos de las cuentas públicas?, entre otras razones, en España no está claro quién manda, qué institución tiene la última palabra, si la local, la autonómica o la nacional.
Es así: fuera nos ven como un pollo sin cabeza, como un Estado decapitado.
Francamente, la crisis es generaliza. La metástasis afecta a todo el cuerpo institucional español.
Haré una predicción. En cinco, en diez, en quince años, la España que conocemos será otra, muy distinta, pero a ésta le llega su fin.
Entonces no valdrán las medias tintas; o la corrupción será generalizada; o tendremos una España más unida, con unas instituciones públicas regeneradas, tras haber hecho verdaderas reformas en el sistema político y trascendentales cambios en la realidad española. No sé qué será lo que venga, pero será nuevo, y será distinto.
Porque ante un proceso de disolución, solo cabe su aceptación o la formulación de un programa de reforma y regeneración.
Ya sé que no dibujo ningún éxito, que no les muestro postales atractivas, porque francamente encuentro pocas. Y solo se me ocurren los trofeos y hazañas deportivos, y los de algunas de las grandes empresas españolas que triunfan en el mundo.